miércoles, 16 de enero de 2013

Descubrimiento. Capítulo I

Se encontraban en la calle cuando después de cinco años, Velma empezó con los misterios. Aunque la conocía desde los siete años, en aquel día de la biblioteca; no parecía que Velma fuera distinta de los demás. Puede que un poco enigmática y fantasiosa con sus historias sobre luchas muy lejanas, pero por lo demás una persona totalmente normal. Hasta aquella misma tarde.

De pronto, Velma dejó su radio sonando y se volvió con seriedad a Aurora que leía una historia romántica.
-¿Has pensado alguna vez por qué no oímos nunca las noticias?
Aurora se volvió extrañada y la miró a través de sus gafas de sol.
-¿Noticias? ¿Qué son noticias?- le extrañó que Velma mirara con escepticismo a su alrededor y luego se inclinara para susurrar:
-Pues las noticias son programas donde dicen lo que pasa a tu alrededor. En ellas cuentan lo que pasa ahí fuera.
-¿Ahí fuera?- Aurora alzó las cejas- No te sigo…
-Ven y verás de lo que hablo- se levantó de un salto y dejando las cosas en la acera, entró como una exhalación a su casa. Aurora aún extrañada por su actitud misteriosa, también se levantó y se dirigió al interior.
Encontró a Velma en el salón, trasteando el mando a distancia mientras pasaba de una cadena a otra.
-¿Qué buscas?-preguntó
-Espera y verás…-murmuró Velma en tono conspirativo mientras tecleaba la flecha del mando-… ¡aquí!
Y entonces Aurora vio lo que era una noticia. Pero no era lo que esperaba exactamente de lo que era “ahí fuera”. Un hombre las miraba fijamente mientras se encontraba sentado a una mesa sujetando con nerviosismo unos papeles. A su espalda había una imagen oscura, plagada de rojo y naranja. Aurora nunca había visto el fuego y por primera vez, lo descubrió. El humo se adueñaba de la imagen, haciendo difusas las formas de edificios destrozados. Tampoco había visto un edificio destruido por aquellas luces que formaban olas de intenso color rojo y naranja.
-Esto, Aurora, son las noticias- confesó Velma mientras la miraba con intensa concentración, esperando una reacción. Ésta estaba embobada con las imágenes a las espaldas del hombre que decían cosas que no comprendía.
-¿Qué es eso rojo?- se acercó a la pantalla y la tocó señalando.
-Eso es fuego, es lo que producen las armas cuando destruyen a los malos.
-¿Quiénes son los malos?- preguntó entonces, pero no le dio tiempo cuando la madre de Velma entró por la entrada cargada de cosas. La televisión de apagó silenciando el salón y alertando a la madre de la chica que se vuelve hacia ellas.
-Hola, pequeñas. ¿Veíais dibujos?-dice cerrando la puerta con una pierna. Velma se acercó para ayudarla mientras asiente; dejando a Aurora clavada en el salón, pensando en las noticias.

Cuando volvió a casa, encontró a su abuela tejiendo en la mecedora y se puso leer en la mesa de café, pero no le parecía tan interesante cómo lo que echaban por la televisión. Al cabo de diez minutos cerró el libro y encendió la televisión, miró de soslayo a su abuela que seguía concentrada en su obra.
-Abuela, ¿puedo enseñarte algo?- su abuela sorprendida y sonriendo levantó la vista.
-Claro, cariño. ¿Qué es?
Viendo su oportunidad de mostrarle algo secreto, empezó a trastear el mando a distancia mientras su abuela la miraba con atención.
-¿Son unos dibujos nuevos, tesoro?
-No, es algo mejor.
-¿Un programa de canciones?
De pronto, los altavoces del televisor estallaron, al aparecer en pantalla una imagen llena de humo y fuego. La gente corría por el terreno protegiéndose de los bombardeos y tiros que se le echaban encima.
Aurora miró extasiada la televisión y luego miró a su abuela para ver su reacción. Lo que hizo quedarse petrificada en el sitio. La mujer miraba con una expresión de horror las imágenes que surcaban el aparato y luego a la niña que tenía a sus pies con el inofensivo, ahora peligroso mando a distancia.
La sorprendió levantarse como una exhalación y arrebatándole el mando a distancia, cortó el televisor haciendo que la habitación enmudeciera de pronto. Después se volvió a su nieta y sin más preámbulos, le dio una bofetada que la hizo tambalearse. La pequeña se alejó unos pasos mientras se sujetaba la mejilla con una mano. Aquello había dolido pero lo peor, no era eso; sino la cara de horror e ira que se había adueñado de su abuela.
-No habrá más dibujos ni televisión en esta casa- dijo la mujer con voz trémula y como una sonámbula salió del salón. Aurora se apartó a cobijarse a un rincón para que no volviera a darle y se quedó con los ojos anegados de lágrimas, pensando qué habría hecho mal.

A la mañana siguiente, se volvió a encontrar con Velma en la calle y aunque la bofetada no había dejado huellas, el dolor le seguía escociendo en su interior. Esa misma mañana, al levantarse vio que el televisor había desaparecido del salón y había sido sustituido por un jarrón de flores blancas y rosas. Aquella máquina infernal no volvería a pisar aquella casa durante el tiempo que viviera Aurora allí.
-Hey, ¿te asustaste con las noticias de ayer?- se burló Velma al verla aparecer.
-No, pero en mi casa ha desaparecido la televisión…
Velma se la quedó mirando de hito en hito mientras le contaba lo sucedido y le tocaba con delicadeza la mejilla. Siempre que estaban juntas, la otra chica la rozaba en la mejilla o le cogía la mano con gesto confiado, en otras ocasiones le daba besos en la frente y tocaba su pelo oscuro ensimismada. Aquello era algo normal y consolador para Aurora que había sentido rechazo por sus compañeros desde el primer día que entró al nuevo centro. No eran como las caricias de su abuela, las cuales le daba para mostrarle su reconocimiento o  la instaban a hacer algo que no quería. Estos gestos por parte de Velma mostraban cariño y confianza, un amor fraternal de hermana mayor que Aurora deseaba con gran ansia, como lluvia en un terreno seco y yermo.
En aquella ocasión, Velma la consoló con abrazos y caricias en el pelo y después de confesarle la escena del día anterior; la cogió de la mano y fueron a dar un paseo. El pelo rojo, color fuego (ahora que Aurora sabía lo que era eso) contrastaba con su pelo negro casi azul. Velma era un año mayor que ella, pero eran casi igual de bajitas. Pasearon por la calle y fueron a parar al pequeño parque del barrio. Se subieron a sendos columpios y comenzaron a balancearse lentamente.
-Aurora, no quiero que vuelvan a hacerte daño por mi culpa- confesó la mayor mientras la miraba con dolor en sus ojos violáceos- No volveré a contarte nada más de esas cosas.
-¡No! Quiero aprender más- paró su asiento y la miró horrorizada- No dejes de contarme esas cosas. Ahora sé que son ciertas y no…
-¿Historias inventadas?- terminó por ella. Aurora asintió y repitió:
-No dejes de contarme cosas de ahí fuera. No contaré a nadie lo que me digas.
-¿Seguro?
-Lo prometo.

A partir de ese momento, Velma le enseñó la verdad que había más allá de aquel barrio eternamente pacífico.

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