De pronto,
Velma dejó su radio sonando y se volvió con seriedad a Aurora que leía una
historia romántica.
-¿Has pensado
alguna vez por qué no oímos nunca las noticias?
Aurora se
volvió extrañada y la miró a través de sus gafas de sol.
-¿Noticias?
¿Qué son noticias?- le extrañó que Velma mirara con escepticismo a su alrededor
y luego se inclinara para susurrar:
-Pues las
noticias son programas donde dicen lo que pasa a tu alrededor. En ellas cuentan
lo que pasa ahí fuera.
-¿Ahí fuera?-
Aurora alzó las cejas- No te sigo…
-Ven y verás
de lo que hablo- se levantó de un salto y dejando las cosas en la acera, entró
como una exhalación a su casa. Aurora aún extrañada por su actitud misteriosa,
también se levantó y se dirigió al interior.
Encontró a
Velma en el salón, trasteando el mando a distancia mientras pasaba de una
cadena a otra.
-¿Qué
buscas?-preguntó
-Espera y
verás…-murmuró Velma en tono conspirativo mientras tecleaba la flecha del
mando-… ¡aquí!
Y entonces
Aurora vio lo que era una noticia. Pero no era lo que esperaba exactamente de
lo que era “ahí fuera”. Un hombre las miraba fijamente mientras se encontraba
sentado a una mesa sujetando con nerviosismo unos papeles. A su espalda había
una imagen oscura, plagada de rojo y naranja. Aurora nunca había visto el fuego
y por primera vez, lo descubrió. El humo se adueñaba de la imagen, haciendo
difusas las formas de edificios destrozados. Tampoco había visto un edificio
destruido por aquellas luces que formaban olas de intenso color rojo y naranja.
-Esto, Aurora,
son las noticias- confesó Velma mientras la miraba con intensa concentración,
esperando una reacción. Ésta estaba embobada con las imágenes a las espaldas
del hombre que decían cosas que no comprendía.
-¿Qué es eso
rojo?- se acercó a la pantalla y la tocó señalando.
-Eso es fuego,
es lo que producen las armas cuando destruyen a los malos.
-¿Quiénes son
los malos?- preguntó entonces, pero no le dio tiempo cuando la madre de Velma
entró por la entrada cargada de cosas. La televisión de apagó silenciando el
salón y alertando a la madre de la chica que se vuelve hacia ellas.
-Hola,
pequeñas. ¿Veíais dibujos?-dice cerrando la puerta con una pierna. Velma se
acercó para ayudarla mientras asiente; dejando a Aurora clavada en el salón,
pensando en las noticias.
Cuando volvió
a casa, encontró a su abuela tejiendo en la mecedora y se puso leer en la mesa
de café, pero no le parecía tan interesante cómo lo que echaban por la
televisión. Al cabo de diez minutos cerró el libro y encendió la televisión,
miró de soslayo a su abuela que seguía concentrada en su obra.
-Abuela,
¿puedo enseñarte algo?- su abuela sorprendida y sonriendo levantó la vista.
-Claro,
cariño. ¿Qué es?
Viendo su
oportunidad de mostrarle algo secreto, empezó a trastear el mando a distancia
mientras su abuela la miraba con atención.
-¿Son unos
dibujos nuevos, tesoro?
-No, es algo
mejor.
-¿Un programa
de canciones?
De pronto, los
altavoces del televisor estallaron, al aparecer en pantalla una imagen llena de
humo y fuego. La gente corría por el terreno protegiéndose de los bombardeos y
tiros que se le echaban encima.
Aurora miró
extasiada la televisión y luego miró a su abuela para ver su reacción. Lo que
hizo quedarse petrificada en el sitio. La mujer miraba con una expresión de
horror las imágenes que surcaban el aparato y luego a la niña que tenía a sus
pies con el inofensivo, ahora peligroso mando a distancia.
La sorprendió
levantarse como una exhalación y arrebatándole el mando a distancia, cortó el
televisor haciendo que la habitación enmudeciera de pronto. Después se volvió a
su nieta y sin más preámbulos, le dio una bofetada que la hizo tambalearse. La
pequeña se alejó unos pasos mientras se sujetaba la mejilla con una mano.
Aquello había dolido pero lo peor, no era eso; sino la cara de horror e ira que
se había adueñado de su abuela.
-No habrá más
dibujos ni televisión en esta casa- dijo la mujer con voz trémula y como una
sonámbula salió del salón. Aurora se apartó a cobijarse a un rincón para que no
volviera a darle y se quedó con los ojos anegados de lágrimas, pensando qué
habría hecho mal.
A la mañana
siguiente, se volvió a encontrar con Velma en la calle y aunque la bofetada no
había dejado huellas, el dolor le seguía escociendo en su interior. Esa misma
mañana, al levantarse vio que el televisor había desaparecido del salón y había
sido sustituido por un jarrón de flores blancas y rosas. Aquella máquina
infernal no volvería a pisar aquella casa durante el tiempo que viviera Aurora
allí.
-Hey, ¿te
asustaste con las noticias de ayer?- se burló Velma al verla aparecer.
-No, pero en
mi casa ha desaparecido la televisión…
Velma se la
quedó mirando de hito en hito mientras le contaba lo sucedido y le tocaba con
delicadeza la mejilla. Siempre que estaban juntas, la otra chica la rozaba en
la mejilla o le cogía la mano con gesto confiado, en otras ocasiones le daba
besos en la frente y tocaba su pelo oscuro ensimismada. Aquello era algo normal
y consolador para Aurora que había sentido rechazo por sus compañeros desde el
primer día que entró al nuevo centro. No eran como las caricias de su abuela,
las cuales le daba para mostrarle su reconocimiento o la instaban a hacer algo que no quería. Estos
gestos por parte de Velma mostraban cariño y confianza, un amor fraternal de
hermana mayor que Aurora deseaba con gran ansia, como lluvia en un terreno seco
y yermo.
En aquella
ocasión, Velma la consoló con abrazos y caricias en el pelo y después de
confesarle la escena del día anterior; la cogió de la mano y fueron a dar un
paseo. El pelo rojo, color fuego (ahora que Aurora sabía lo que era eso)
contrastaba con su pelo negro casi azul. Velma era un año mayor que ella, pero
eran casi igual de bajitas. Pasearon por la calle y fueron a parar al pequeño
parque del barrio. Se subieron a sendos columpios y comenzaron a balancearse
lentamente.
-Aurora, no
quiero que vuelvan a hacerte daño por mi culpa- confesó la mayor mientras la
miraba con dolor en sus ojos violáceos- No volveré a contarte nada más de esas
cosas.
-¡No! Quiero
aprender más- paró su asiento y la miró horrorizada- No dejes de contarme esas
cosas. Ahora sé que son ciertas y no…
-¿Historias
inventadas?- terminó por ella. Aurora asintió y repitió:
-No dejes de
contarme cosas de ahí fuera. No contaré a nadie lo que me digas.
-¿Seguro?
-Lo prometo.
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