viernes, 18 de enero de 2013

Problemas. Capítulo III

Pero como una llama que se propaga por la pólvora, el incidente suscitó más atención de la que merecía. Se hizo eco en el sexo masculino y buscaban a aquellas que fueron capaces de hacerles frente, aunque no era difícil de pasar por alto; sabiendo que era una pelirroja y no había precisamente muchas en el instituto.
Los chicos miraban con cierto rencor el camino por donde pasaba Velma que caminaba impasible ante aquellas miradas. Parecían animales listos para lanzarse a la menor oportunidad sobre su presa y despedazarla. Aurora a veces se inquietaba de aquellas muestras de territorio, porque hasta ahora habían pasado desapercibidas por aquel centro y en el anterior y nadie las había ha hecho pasar más que por un mero mobiliario más de aquella selva llamada sociedad.
La respuesta no se hizo esperar y en una tarde, al finalizar las clases; un grupo de muchachos las abordaron vacilándolas. Velma consiguió quitárselos de encima con algunas bravuconadas impropias de una señorita, con lo que se ganó más rencor hacia el sexo opuesto.
Unas semanas después, Aurora se tuvo que ir sola a casa porque había salido más tarde de la cuenta por culpa de un trabajo. En cuanto llegó, cenó deprisa y fue a disculparse a Velma por haberla hecho esperar. Ante su extrañeza, vio el icono de desconexión de su amiga y pensó que se habría enfadado. Le mandó un mensaje pidiéndole perdón, pero durante el resto de la noche no recibió una contestación. Preocupada se fue a dormir.

Al día siguiente, apareció Velma en su casa como si no hubiera pasado nada y después de despedirse de su abuela, enfilaron de camino al instituto.
Aurora viendo su talante risueño, no quiso sacar el tema espinoso por temor a levantar más asperezas. Su sorpresa fue mayúscula cuando Velma empezó a decir:
-Perdona que no te pudiera contestar anoche. Se fue la luz en casa justo cuando te iba a responder. No tienes por qué disculparte, supuse que era por algún trabajo- le sonrió tranquilizadora y prosiguieron su camino. Aurora suspiró interiormente con un peso menos sobre sus hombros y su alma.
Cuando llegaron al edificio de estudios, Aurora presintió que algo había pasado. Los pasillos estaban algo más silenciosos de lo normal mientras pasaban de camino a sus respectivas clases. No le dio demasiada importancia ya que en poco tiempo estarían los exámenes y supuso que serían los nervios de los estudiantes.
Pasó el resto el día atendiendo en clase como cualquier otro día y exponiendo el trabajo que se había quedado haciendo con sus compañeras hasta tarde el día anterior.
Acompañó como siempre hacía a Velma en el recreo mientras comentaba sus clases y sus fechas de exámenes.
-Seguro que sacarás matrícula, renacuaja- le dio un golpe amistoso en el hombro y Aurora hizo un mohín de modestia.
El día pasó sin más contratiempos y volvieron a sus respectivas casas.

Al cabo de unas semanas, llegaron los terribles exámenes y las cosas se pusieron algo tensas en el ambiente. Parecía que era por la época académica, pero Aurora se percató de algunos detalles nimios.
Velma parecía algo más retraída de lo normal y no mostraba su explosivo y pícaro humor. Aurora se preguntó qué podía pasarle a su mejor amiga, pero se contentó con saber que eran por los nervios de los exámenes. Su amiga cursaba el último año del instituto y se jugaba el acceso a la universidad con 16 años que tenía. Aurora entendía a su amiga, así que no le dio más importancia de la que tenía.

Pero las cosas no mejoraron pasados los exámenes. La otra chica evitaba los grandes grupos y miraba con gesto inexpresivo a todos los que se cruzaba en su camino. Y Aurora empezó a sospechar.
Mientras que estaban en casa de su amiga, esta le mostraba más detalles que había por la casa recordando los viejos tiempos de sus padres.
-¿Has querido alguna vez tener un hermano?- le preguntó en una ocasión Aurora.
-Nunca me lo he planteado, sinceramente. Pero no creo que a mis padres les interesara tener a otra cabeza hueca en casa.
-¿Cabeza hueca? ¿De qué hablas?- rió Aurora mientras la empujaba haciéndola volcarse sobre la alfombra de su habitación. Pero Velma no respondió al embiste y Aurora se encogió interiormente. “¿Qué te pasa, Velma? Háblame, cuéntame” le decía con su mirada, pero la otra muchacha no parecía entenderla o se retraía a su propio mundo.

Pasaron los días y la actitud retraída de Velma evolucionó a algo más incontrolado. Cuando paseaban por el patio, miraba acritud a la gente que se les quedaba mirando o incluso respondía a algún embuste de los chicos con más mordacidad y desvergonzada.
Ante los ojos de Aurora, su amiga se metamorfoseaba en un ser rencoroso y lleno de veneno. Incluso llegó a responder de mala manera a algunos profesores, provocando su expulsión del aula. Todo esto, lo observaba nuestra protagonista con impotencia; ya que no sabía qué hacer al respecto y su amiga tampoco es que ayudara mucho confesando su problema.

Pero como cualquier problema que se oculta, al final todo sale a la luz y eso sucedió. Aurora esperaba a su amiga al final de las clases cuando un grupo de muchachos salían y se pararon a hablar. Soltaban risotadas y quedaban para hacer sus planes cuando se percataron de la figura menuda de Aurora.
Como lobos olisqueando la carne fresca, se volvieron al unísono mirando de manera inquietante a Aurora. La chica, ante la situación y sabiendo los antecedentes que pesaban sobre sus hombros, solo pudo echar a correr mientras los chicos con risas lobunas la perseguían. Debido a las carreras que se echaban de vez en cuando Velma y ella, tenía cierta resistencia al esfuerzo, pero sabía que no podría correr eternamente sin que aquellos muchachos ahora monstruos tras su presa, la alcanzaran y la hicieran pedazos.
Corrió por toda la avenida y se metió por la primera callejuela que encontró. Los chicos podían correr largas distancias rectas, pero no podrían hacer mucho esquivando esquinas y contenedores. Al menos eso deseaba pensar ella.
Tuvo que dejar la mochila rezagada debido al peso que la hacía más lenta y accesible para aquellos animales llenos de oscuras intenciones. “Corre, corre, escapa” le instaba su mente incesantemente.
En una esquina, torció hacia la izquierda y alcanzó las escaleras del estrecho callejón. Aquella zona no la conocía tanto y temía encontrarse encajonada como en una ratonera. “Por favor, una salida, necesito escapar” gritaba su mente enloquecida y llena de adrenalina por el esfuerzo. En un último tramo torció otra vez a la izquierda y fue la peor decisión que tomó.

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