martes, 15 de enero de 2013

Presentaciones. Prólogo

El primer rayo de sol emergió en cuanto se abrió paso sobre los tejados del vecindario. Atravesó una de las ventanas y se posó sobre la colcha de flores. Sin prisa como si acariciara la tela subió lentamente hasta posarse en un bracito delgado y pálido que abrazaba un osito rosa. Deleitándose con el calor humano que se percibía en aquella extremidad fue descubriendo el pequeño bulto que había bajo la colcha y descansó sobre una barbilla pequeña y unas mejillas sonrosadas.
La niña parpadeó en cuanto el rayo de sol le dio en los ojos dándole los buenos días. Haciendo un mohín con su boca los abrió y abarcó con su vista la habitación. Alcanzó a ver la hora en el reloj que colgaba enfrente de la cama y con un sonido se dio media vuelta y continuó durmiendo. Pero su abuela tenía otros planes.

-Hoy es un gran día. Es hora de levantarse- la llamó con voz cantarina.

La pequeña se encogió haciéndose más pequeña bajo la colcha. No quería despedirse de las vacaciones tan pronto, habían pasado muy deprisa y encima sus amigos no estarían allí.
Su abuela llamó con suavidad a la puerta y entró sin esperar respuesta. Empezó a sacar el uniforme del armario, mientras la instaba a levantarse.

-No querrás llegar tarde a tu primer día, ¿verdad, cariño?

Al final tuvo que cumplir los deseos de su abuela y se levantó con los ojos ligeramente enrojecidos, pero la mujer no se percató de ese detalle. La bañó en el baño que había al final del pasillo de la casa y después de uniformarla bajaron a tomar el desayuno.


La pequeña apenas si tenía apetito y aunque su abuela insistía en que comiera; no podía evitar el nudo en la garganta cada vez que tragaba aquella tostada de mantequilla. Veinte minutos después, se vio caminando de la mano de la mujer hacia su nuevo destino, aunque para ella fuera una pesadilla.
Cuando llegaron allí, la abrumadora necesidad de huir se apoderó de la niña y no pudo evitar llorar a lágrima viva. Su abuela haciendo caso omiso la dejó con su nueva profesora, y después de sentarla en una mesa con otros niños; tuvo que aguantar como pudo el llanto.
El recreo lo pasó tomándose la merienda mientras veía a los demás niños correr, columpiarse, bajar el tobogán y jugar al escondite. No se percató de que una niña de su misma edad la miraba con atención desde su privilegiada posición.
La pequeña pasó el resto del día aprendiendo y sintiéndose más sola que nunca, hasta que tocó la sirena del fin de las clases y salió disparada a la salida. Su abuela la esperaba junto a más adultos y la recibió con los brazos abiertos. Se tiró a sus brazos y después de ayudarla a llevar los libros, fueron caminando a casa.

Al día siguiente, fue igual o peor incluso; cuando los niños empezaron a preguntarle su nombre y de dónde era, pero no hacían movimiento alguno para invitarla a jugar.
Al final la pequeña se vio cobijada en la pequeña biblioteca del centro donde al menos no la miraban con indiscreta curiosidad. Estuvo una semana así, siendo observada por la niña del columpio.

Un día, la pequeña como ya tenía por costumbre se dirigió a su pasillo preferido; escogió nueva lectura, se sentó en el suelo y apoyando la espalda en la estantería de enfrente, abrió su libro y comenzó a leer.
La niña del columpio entró un rato después, extrañada al no encontrarla en las aulas o el patio de recreo. Encontró a nuestra protagonista sentada en medio del largo pasillo y atisbó desde la esquina.
Al pasar la página, levantó la vista y sintió que la espiaban.

-¿Quién anda ahí?- preguntó al ver que no había nadie. Fue a bajar la vista cuando un movimiento a su espalda la alertó. Se levantó de un brinco y al quitar un libro de la estantería, surgieron unos ojos de un color incierto observándola.

-Hola- saludó entonces a la espía descubierta.

-¿Quién eres?- le inquirió entonces.

-Eso mismo quería saber yo, puesto que eres la nueva en el colegio…- contestó la espía, haciéndola sonrojar y tartamudear.

-M-me llamo… ¿a dónde vas?- preguntó cuando vio a la chica aparecer.

-¿Sí?- escuchó a sus espaldas y al volverse se encontró de enfrente con la otra niña.

-Me llamo Aurora ¿y tú?

-Yo, Velma. Un placer- se presentó a la vez que tendió la mano. Aurora se la estrechó con timidez- ¿Por qué no estás en el patio jugando?

-Porque no conozco a nadie y no parecen querer jugar conmigo…

-Esos son bobadas. Yo sí quiero jugar contigo.

-¿De verdad?

-¡Claro que sí! Ven, vamos a jugar en los columpios- la cogió de la mano sin esperar permiso y la arrastró al patio.

Así fue como Aurora conoció a su primera amiga.

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