Desde que se
conocían, los padres de Velma invitaban a Aurora a pasar parte del verano en
las montañas en su casa de campo. La niña deseaba con ganas esos días porque en
mi primer lugar, era un buen comienzo de las vacaciones y segundo, porque tenía
plena libertad de averiguar más cosas.
Su abuela no
parecía sospechar lo que pasaba en aquellos días en el campo, ya que los padres
de Velma se comportaban como los demás adultos; vigilando que las niñas no les
pasara nada.
Cuando
llegaban a las afueras de la ciudad, las niñas bajaban los cristales y dejaban
flotar la mano en contra del aire que producía la velocidad del coche. Sus
cabellos flotaban y arremolinaban entre carcajadas y adivinanzas sobre el
paisaje. Los padres las dejaban a su bola mientras sonreían ansiosos por
aquellas vacaciones.
Al llegar a la
casa del campo, las niñas bajaban las primeras del automóvil y corrían hacia el
pequeño embarcadero que tenían. El agua cristalina y transparente les daba la
bienvenida ondeando imperceptiblemente mientras sus pasos ligeros pisoteaban
los tablones de madera. Las pequeñas entonces bailaban dando vueltas y cantando
sus canciones favoritas, alzando sus rostros hacia la luz. Luego volvían a la
casa y ayudaban a desempacar sus cosas y ordenaban su habitación.
Esos veranos
le encantaban a Aurora porque se alejaba del gentío y la actividad que ejercía
su abuela sobre ella, entre visitas al vecindario y demás costumbres. Allí se
sentía libre lejos de todas las formalidades y podía hacer lo que quisiera.
Los días
pasaron y las niñas iban todos los días al embarcadero a darse un baño o tomar
el sol, aunque nunca se ponían morenas. Leían revistas que encontraban en el
desván de la casa de campo y Aurora preguntaba a Velma por las cosas del
pasado.
-Cuando sea
mayor, pienso cortarme el pelo así- dijo una vez Velma, señalando una foto de
una famosa. Aurora pensaba que era demasiado radical y se lo hizo saber; pero
la otra se encogió de hombros y añadió:
-De todas
formas el pelo crece. Me haré más cosas- y siguió mirando la revista.
Otros días, se
aventuraban en el bosque que rodeaba la casa y caminaban kilómetros. Velma
conocía aquella zona como su propia mano y le enseñaba claros donde los rayos
del sol atravesaban las copas altísimas de los árboles y rayaban las sombras
como si fueran lanzas. En uno de ellos, se tumbaban rodeadas de flores que las
ocultaban a los ojos indiscretos y Velma le contaba más cosas sobre las
noticias y la música que se oía por aquel entonces.
-No era tan
sosa y lenta como las que hay ahora- recitaba con ensoñación- algunas canciones
retumbaban en los oídos, haciéndote vibrar y saltar y correr…
-¿Y cómo sabes
eso?- le preguntaba Aurora intrigada.
-Mis padres me
cuentan esas cosas, cuando ellos eran jóvenes. Otro día te enseñaré fotos- le
prometió con un guiño misterioso.
Se acostaban
hasta tarde escuchando en su reproductor algunas de aquellas canciones y aunque
al principio, le parecían desagradables a Aurora, acabó por acostumbrarse y a
sentir las vibraciones por el cuerpo. Incluso se aventuraban a saltar sobre sus
camas y cantar a pleno pulmón.
Otra cosa que
le encantaba a Aurora eran los padres de su mejor amiga. Jugaban con ellas en
el embarcadero, su padre les enseñó a pescar y a manejar la barca que tenían en
la caseta que había detrás de la casa. Su madre les enseñó a hacer pastelitos y
tartas de queso riquísima que comían después del almuerzo o la cena.
Sus padres
eran muy cariñosos y aprovechaban cada ocasión para prodigarlas con gesto de
cariño. Aurora nunca había conocido a sus padres, pero consideraba a los padres
de su amiga como los mejores. Fantaseaba muchas veces con que los suyos, donde
estuvieran en aquel momento, fueran igual de atentos y cariñosos con ella. “Ojalá
mis padres estuvieran aquí y me enseñaran a montar en bicicleta” pensaba
algunas veces.
Lo malo de
aquellas vacaciones paradisíacas era que acaban demasiado pronto para las
pequeñas que volvían con cierto aire melancólico. Aurora echaba de menos
aquellos sentimientos tan intensos que se enclaustraban en cuanto aparecía por
la puerta de su casa. Su abuela la esperaba con una gran sonrisa y un pequeño
abrazo. Le hacía las preguntas pertinentes y se preocupaba de que hubiera hecho
los deberes del verano. Los padres de Velma se encargaban de ello y Aurora se
lo agradecía de todo corazón. Bastante había estudiado ya, para seguir más en
los casi dos meses de verano.
Luego su
abuela se la llevaba una semana al pequeño pueblo de donde provenía. Allí la
pequeña no tenía amigos y en los últimos tiempos echaba en falta a su amiga y
el humor peculiar de ésta. Se tiraba las horas leyendo en la cala había en
aquel lugar casi desierto de infancia y mirando el mar chocar lánguidamente
contra la orilla. Otras veces se paseaba de un lado a otro observando sus
huellas desaparecer bajo el agua salada.
El resto del
día lo pasaba con su abuela visitando a sus amistades de la infancia, las que
quedaban. Yendo de un lado para otro, comiendo en algún restaurante rural o en
casa de algunos amigos. Ninguno tenía nietos o apenas los visitaban, lo que
hacía más penosa aquellas visitas.
Cuando acababa
esa semana, Aurora saltaba de impaciencia por el inicio de las clases y volver
a reencontrarse con su amiga del alma.
Se daban
abrazos y besos en las mejillas cuando se volvían a ver y cogidas de la mano,
como mandaba su abuela; iban a clase contándose las últimas novedades de
aquella semana. Velma parecía tener más cosas interesantes, así que Aurora la
escuchaba embelesada embebiéndose de las imágenes que aparecían en su mente.
Con el paso
del tiempo, la abuela de la chica dejó de llevársela a su pueblo viendo el aire
taciturno de su nieta y la dejaba el resto del verano estar en el campo de
Velma. Aprendió a escalar los altos árboles, tirarse por la tirolina, rastrear
buscando secretos escondidos por el padre de Velma y crear nudos resistentes y
fuertes con su madre.
Continuó
aprendiendo más cosas y vio las fotos del pasado de los padres de su amiga,
mientras le enseñaban una maqueta de aviones. Así se vio fantaseando con la
idea de volar, coger uno de aquellos aviones y acelerar como un pájaro. Libre
como el viento.
Las niñas
crecieron y se convirtieron en jovencitas con intereses bastantes dispares a
los de sus compañeros. Aurora se percataba de aquella diferencia casi abismal,
pero en el fondo se sentía orgullosa. Para ella, aquellos críos convertidos en
jovencitos tenían la cabeza llena de tonterías. Cuando pasaban entre los
corrillos de uno y otro sexo, oía las risitas ruborizadas de las chicas y
halagos casi obscenos de los chicos. No sabía que le exasperaba más si aquella
nueva sociedad o la sociedad que personificaba los adultos, con sus modales
pacíficos y sosegados y correctos. Tanto lo uno como lo otro le parecía frívolo
y sin sentimiento. Las chicas suspiraban por tener romances como en las
canciones que oían en sus reproductores y los chicos en ser grandes líderes en
la nueva sociedad. Pero un día, aquel mundo se interpuso en el dúo
protagonista.
Iban por el
pasillo de camino a la sala de estudio, cuando un grupo de chicos con actitud
indolente se les cruzó.
-Hey, mirad.
Si son las tortitas de mermelada- soltó el que parecía ser el portavoz del
grupo. Aurora fue a volverse a ver a quién se refería, pero Velma la aferró del
brazo y la instó a continuar:
-No hagas
caso- murmuró apenas. En cambio los chicos parecieron tomarse aquel gesto como
una manera más de entretenimiento.
-Vaya, parece
que la pelirroja es la voz cantante en el modo torti, y parecía tonta…-
fanfarroneó el mismo muchacho.
-¿Por qué no
pasáis de nosotras? No os hemos hecho nada- soltó entonces Aurora, harta de su
palabrería.
-Oh, pero si
la morena también tiene boquita. Qué curioso. ¿Por qué no jugáis un rato con
nosotros? Seguro que os va el juego duro- se acercó a las chicas mientras decía
lo último con un gesto que puso en alerta a Aurora. Era el mismo que les hacían
a las chicas ruborizadas del centro.
-Creo que mi
amiga y yo, no nos interesa ese juego- se encaró Velma con tono bajo pero
decidido.
-Pero si os va
esa clase de jueguecitos. No seáis tan casquivanas…- dijo el muchacho al mismo
tiempo que sujetaba el brazo de Aurora.
En un abrir y
cerrar de ojos, el chico se encontró en el suelo con las dos manos entre las piernas,
resollando y gimiendo del dolor.
-¿Alguno
quiere probar esa clase de jueguecito?- dijo insinuante Velma, escrutando al
resto de muchachos. Los otros miraban atónitos a su compañero que se levantó a
duras penas.
-Me las
pagarás, asquerosa bruja bollera- le escupió mientras se arrastraba por el
pasillo seguido por su grupo de amigos.
-Eso ya lo
veremos- rió de manera escandalosa Velma. Aurora miraba de hito en hito a su
amiga, totalmente irreconocible.
-No sabía que
supieras pegar- dijo mientras se volvían para enfilar a la sala de estudio.
-Llevo
aprendiendo desde siempre, renacuaja- contestó apretándole el hombro con
cariño.
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