jueves, 17 de enero de 2013

Vacaciones. Capítulo II


Desde que se conocían, los padres de Velma invitaban a Aurora a pasar parte del verano en las montañas en su casa de campo. La niña deseaba con ganas esos días porque en mi primer lugar, era un buen comienzo de las vacaciones y segundo, porque tenía plena libertad de averiguar más cosas.
Su abuela no parecía sospechar lo que pasaba en aquellos días en el campo, ya que los padres de Velma se comportaban como los demás adultos; vigilando que las niñas no les pasara nada.

Cuando llegaban a las afueras de la ciudad, las niñas bajaban los cristales y dejaban flotar la mano en contra del aire que producía la velocidad del coche. Sus cabellos flotaban y arremolinaban entre carcajadas y adivinanzas sobre el paisaje. Los padres las dejaban a su bola mientras sonreían ansiosos por aquellas vacaciones.

Al llegar a la casa del campo, las niñas bajaban las primeras del automóvil y corrían hacia el pequeño embarcadero que tenían. El agua cristalina y transparente les daba la bienvenida ondeando imperceptiblemente mientras sus pasos ligeros pisoteaban los tablones de madera. Las pequeñas entonces bailaban dando vueltas y cantando sus canciones favoritas, alzando sus rostros hacia la luz. Luego volvían a la casa y ayudaban a desempacar sus cosas y ordenaban su habitación. 
Esos veranos le encantaban a Aurora porque se alejaba del gentío y la actividad que ejercía su abuela sobre ella, entre visitas al vecindario y demás costumbres. Allí se sentía libre lejos de todas las formalidades y podía hacer lo que quisiera.

Los días pasaron y las niñas iban todos los días al embarcadero a darse un baño o tomar el sol, aunque nunca se ponían morenas. Leían revistas que encontraban en el desván de la casa de campo y Aurora preguntaba a Velma por las cosas del pasado.
-Cuando sea mayor, pienso cortarme el pelo así- dijo una vez Velma, señalando una foto de una famosa. Aurora pensaba que era demasiado radical y se lo hizo saber; pero la otra se encogió de hombros y añadió:
-De todas formas el pelo crece. Me haré más cosas- y siguió mirando la revista.
Otros días, se aventuraban en el bosque que rodeaba la casa y caminaban kilómetros. Velma conocía aquella zona como su propia mano y le enseñaba claros donde los rayos del sol atravesaban las copas altísimas de los árboles y rayaban las sombras como si fueran lanzas. En uno de ellos, se tumbaban rodeadas de flores que las ocultaban a los ojos indiscretos y Velma le contaba más cosas sobre las noticias y la música que se oía por aquel entonces.

-No era tan sosa y lenta como las que hay ahora- recitaba con ensoñación- algunas canciones retumbaban en los oídos, haciéndote vibrar y saltar y correr…
-¿Y cómo sabes eso?- le preguntaba Aurora intrigada.
-Mis padres me cuentan esas cosas, cuando ellos eran jóvenes. Otro día te enseñaré fotos- le prometió con un guiño misterioso.

Se acostaban hasta tarde escuchando en su reproductor algunas de aquellas canciones y aunque al principio, le parecían desagradables a Aurora, acabó por acostumbrarse y a sentir las vibraciones por el cuerpo. Incluso se aventuraban a saltar sobre sus camas y cantar a pleno pulmón.

Otra cosa que le encantaba a Aurora eran los padres de su mejor amiga. Jugaban con ellas en el embarcadero, su padre les enseñó a pescar y a manejar la barca que tenían en la caseta que había detrás de la casa. Su madre les enseñó a hacer pastelitos y tartas de queso riquísima que comían después del almuerzo o la cena.
Sus padres eran muy cariñosos y aprovechaban cada ocasión para prodigarlas con gesto de cariño. Aurora nunca había conocido a sus padres, pero consideraba a los padres de su amiga como los mejores. Fantaseaba muchas veces con que los suyos, donde estuvieran en aquel momento, fueran igual de atentos y cariñosos con ella. “Ojalá mis padres estuvieran aquí y me enseñaran a montar en bicicleta” pensaba algunas veces.

Lo malo de aquellas vacaciones paradisíacas era que acaban demasiado pronto para las pequeñas que volvían con cierto aire melancólico. Aurora echaba de menos aquellos sentimientos tan intensos que se enclaustraban en cuanto aparecía por la puerta de su casa. Su abuela la esperaba con una gran sonrisa y un pequeño abrazo. Le hacía las preguntas pertinentes y se preocupaba de que hubiera hecho los deberes del verano. Los padres de Velma se encargaban de ello y Aurora se lo agradecía de todo corazón. Bastante había estudiado ya, para seguir más en los casi dos meses de verano.
Luego su abuela se la llevaba una semana al pequeño pueblo de donde provenía. Allí la pequeña no tenía amigos y en los últimos tiempos echaba en falta a su amiga y el humor peculiar de ésta. Se tiraba las horas leyendo en la cala había en aquel lugar casi desierto de infancia y mirando el mar chocar lánguidamente contra la orilla. Otras veces se paseaba de un lado a otro observando sus huellas desaparecer bajo el agua salada.
El resto del día lo pasaba con su abuela visitando a sus amistades de la infancia, las que quedaban. Yendo de un lado para otro, comiendo en algún restaurante rural o en casa de algunos amigos. Ninguno tenía nietos o apenas los visitaban, lo que hacía más penosa aquellas visitas.

Cuando acababa esa semana, Aurora saltaba de impaciencia por el inicio de las clases y volver a reencontrarse con su amiga del alma.
Se daban abrazos y besos en las mejillas cuando se volvían a ver y cogidas de la mano, como mandaba su abuela; iban a clase contándose las últimas novedades de aquella semana. Velma parecía tener más cosas interesantes, así que Aurora la escuchaba embelesada embebiéndose de las imágenes que aparecían en su mente.

Con el paso del tiempo, la abuela de la chica dejó de llevársela a su pueblo viendo el aire taciturno de su nieta y la dejaba el resto del verano estar en el campo de Velma. Aprendió a escalar los altos árboles, tirarse por la tirolina, rastrear buscando secretos escondidos por el padre de Velma y crear nudos resistentes y fuertes con su madre.

Continuó aprendiendo más cosas y vio las fotos del pasado de los padres de su amiga, mientras le enseñaban una maqueta de aviones. Así se vio fantaseando con la idea de volar, coger uno de aquellos aviones y acelerar como un pájaro. Libre como el viento.
Las niñas crecieron y se convirtieron en jovencitas con intereses bastantes dispares a los de sus compañeros. Aurora se percataba de aquella diferencia casi abismal, pero en el fondo se sentía orgullosa. Para ella, aquellos críos convertidos en jovencitos tenían la cabeza llena de tonterías. Cuando pasaban entre los corrillos de uno y otro sexo, oía las risitas ruborizadas de las chicas y halagos casi obscenos de los chicos. No sabía que le exasperaba más si aquella nueva sociedad o la sociedad que personificaba los adultos, con sus modales pacíficos y sosegados y correctos. Tanto lo uno como lo otro le parecía frívolo y sin sentimiento. Las chicas suspiraban por tener romances como en las canciones que oían en sus reproductores y los chicos en ser grandes líderes en la nueva sociedad. Pero un día, aquel mundo se interpuso en el dúo protagonista.

Iban por el pasillo de camino a la sala de estudio, cuando un grupo de chicos con actitud indolente se les cruzó.
-Hey, mirad. Si son las tortitas de mermelada- soltó el que parecía ser el portavoz del grupo. Aurora fue a volverse a ver a quién se refería, pero Velma la aferró del brazo y la instó a continuar:
-No hagas caso- murmuró apenas. En cambio los chicos parecieron tomarse aquel gesto como una manera más de entretenimiento.
-Vaya, parece que la pelirroja es la voz cantante en el modo torti, y parecía tonta…- fanfarroneó el mismo muchacho.
-¿Por qué no pasáis de nosotras? No os hemos hecho nada- soltó entonces Aurora, harta de su palabrería.
-Oh, pero si la morena también tiene boquita. Qué curioso. ¿Por qué no jugáis un rato con nosotros? Seguro que os va el juego duro- se acercó a las chicas mientras decía lo último con un gesto que puso en alerta a Aurora. Era el mismo que les hacían a las chicas ruborizadas del centro.
-Creo que mi amiga y yo, no nos interesa ese juego- se encaró Velma con tono bajo pero decidido.
-Pero si os va esa clase de jueguecitos. No seáis tan casquivanas…- dijo el muchacho al mismo tiempo que sujetaba el brazo de Aurora.
En un abrir y cerrar de ojos, el chico se encontró en el suelo con las dos manos entre las piernas, resollando y gimiendo del dolor.
-¿Alguno quiere probar esa clase de jueguecito?- dijo insinuante Velma, escrutando al resto de muchachos. Los otros miraban atónitos a su compañero que se levantó a duras penas.
-Me las pagarás, asquerosa bruja bollera- le escupió mientras se arrastraba por el pasillo seguido por su grupo de amigos.
-Eso ya lo veremos- rió de manera escandalosa Velma. Aurora miraba de hito en hito a su amiga, totalmente irreconocible.
-No sabía que supieras pegar- dijo mientras se volvían para enfilar a la sala de estudio.
-Llevo aprendiendo desde siempre, renacuaja- contestó apretándole el hombro con cariño.

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